Sebastián González

UNA MIRADA A LA DICTADURA Y A LA POESIA

“para un pueblo desafortunado que no ha tenido
ni un Marx ni un 1789”

La poesía se convierte para el pueblo en un conjunto de palabras que rompe el labio; se convierte en un patrimonio activo de la mano oprimida. En el pueblo de Gernika el 26 de abril de 1937 las bombas de aviones alemanes destrozaron los músculos que sostenían la fuerza de una voz, a pesar de que el miedo fue ablandando uno por uno los pasos que fueron batiendo su ceniza, el silencio no ocupó un lugar en la memoria colectiva del lenguaje, esta vez, la voz del pueblo no fue la voz de Dios: la voz del pueblo fue la voz del poeta. La sensibilidad de una generación ávida de expresiones encontró como justificar la rabia, el desconsuelo y el renacer en la voz del poeta que ante el cuerpo caído convierte su pluma en revolución. El prójimo es quien devela quienes somos, y el pueblo de Gernika no solo estaba reescribiendo su identidad sino que observaba desde la óptica del otro su propio rostro: la voz de quien mira desde afuera en un sentir intrínseco fue adobando el hormigón necesario que mostraría el rostro que se ignoraba de aquel pueblo; un rostro que el silencio de la dictadura había ocultado.

“están rojos los largos fusiles
-rumor de huelga en ancho pabellón-
Minero de rostro ennegrecido,
nada en la sangre de tu propio corazón”

Esteban Urkiaga “Lauaxeta” es el autor de la estrofa anterior. El poeta es un fotógrafo y vidente por obra de la palabra. Las condiciones sociales durante la dictadura suponían un sistemático atropello contra la condición humana, el trabajo forzado y el asesinato por parte del poder oficial constituían el ideario de la voluntad de poder de la época. El trabajo de los condenados de la dictadura de Franco y los no condenados estuvo marcado por el maltrato a la humanidad física y a la denigración mental de los individuos. Se hacía necesaria la revuelta popular y las pequeñas revoluciones que encendían su voz en la distintas factorías, el poeta como poseedor de un lenguaje que se propaga como fuego por las teas que permanecen oscuras en algunos rincones de la memoria, adquiere la obligación moral y ética – porque nadie lo pide- de prestar el dolor ajeno y sufrirlo como si fuera propio. Esteban Urkiaga “Lauaxeta” murió en manos del ejército franquista fusilado en Vitoria “qué rostro de malhechores / al hombro largos fusiles”.

El lenguaje visibiliza cualquier objeto o idea inmaterial, el lenguaje constituye aquella parte física que se nos es negado tocar o medir, solo pronunciar y creer que por ese solemne acto del verbo es materia en su real proporción. Txabi Etxebarrieta recuerda que aun hasta la sangre seca que deslumbra fuera del cuerpo guarda Esperanza. La poesía en un pan in-material que puede el sonido crujiente de algo que siempre hemos esperado oír: “los que murieron hallaron / siempre, / la paz” entre las contrariedades siempre la conciencia busca el camino hacia un oráculo que devuelva una respuesta que puede ser falsa pero termina siendo verdadera cuando se convierte en un consuelo. Así el poeta como vicario de la palabra es condescendiente con la voz que lo une al pueblo.

“Madrugada. Hoy habrá manifestación”

Esta son las últimas líneas de Txabi Etxebarrieta escritas en su casa. Cuando salió, nunca mas regresó.

Desde el pulpito se adoctrinaba el pensamiento de la multitud, la iglesia no fue ajena a la dictadura franquista, desde la “sagrada palabra” se hacia apología al régimen de turno. Para el pueblo, Dios se olvidó de cada una de las figuras de barro que habría fabricado en Gernika, ante las bombas que asentaron su brazo destructor con permiso divino, los habitantes no tenían otro camino que conservar la fe: “ rezaban las ancianas en el refugio de la iglesia, y el sacristán cantaba desde el pulpito” aquella fe a la que se aferraban los feligreses no era más que una palabra arrojada al vacío, con la biblia abierta, la sangre tenía permiso para derramarse.

“De las iglesia poderosas,
barbacanas,
ornadas por la cruz – crucificada-
cae la sangre a borbotones”

El poeta es una voz activa que logra rebozar los linderos que atan al lenguaje, dogma o nacionalidad. En una palabra se puede contener el oráculo ontológico de un hombre, un pueblo o una tribu. Una palabra puede ser el acertijo que engendró el modo de conciencia, de vida o de muerte. “el ángel de la muerte, entre mascara y mascara, comprueba que no hay nadie, ante el espejo” El holocausto en la arena de Gernika no pasó en vano para todos, se agitó tan seguido la bandera del dolor entre sus habitantes que la sangre llegó en harapos que sanaron en la libertad del lenguaje. Entre en silencio el pueblo vasco encontró la palabra que cura el alma: la poesía.

 


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